El racismo que no nos deja ver a Beyoncé

2022-11-10 12:15:37 By : Ms. Ivy Chen

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Todo el mundo adora a Beyoncé y la considera una indiscutible reina del pop. Incluso los que dicen no ser racistas porque tienen «un conocido que es negro». Y la cantidad de artículos de opinión, debates, ensayos e incluso asignaturas universitarias que ha suscitado su música da buena cuenta de su papel como figura cultural de primer orden.

Pero la doctora en Sociología Elena Herrera Quintana (Madrid, 1988) se ha dado cuenta de que cuando se trata de poner en valor el alcance sociopolítico de su obra todo son pegas, objeciones y actitudes condescendientes, cuando no negaciones en redondo. Por eso ha escrito 'Beyoncé en la intersección', un libro que analiza los mecanismos de prejuicio destilados del racismo estructural e inconsciente que socavan la percepción global del trabajo de la artista estadounidense, y por tanto su potencial transformador.

Según Herrera, Beyoncé lleva años desplegando una paleta de referencias culturales, sociales, históricas y políticas que no sólo pasan desapercibidas para la mayoría de la gente, sino que son objeto de burla o menosprecio por parte de esa otra minoría que sí las detecta. Y eso, asegura, no le pasa a Madonna, ni a Taylor Swift. A ellas no se les cuestiona la autenticidad de sus posicionamientos. Pero Beyoncé sufre lo que la autora denomina una «fiscalización extra».

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Esto ocurre desde el mismo momento en que Beyoncé decidió trascender la vacuidad del mensaje pop tradicional, cuando en 2014 sampleó un discurso de la escritora feminista nigeriana Ngozi Adichie. Fue la primera vez que hizo una declaración política en su música, y también la primera vez que fue vapuleada por ello. Y de forma especialmente dolorosa, ya que fue la propia Adichie quien la criticó por ello asegurando que «el feminismo de Beyoncé da mucho espacio a la necesidad del hombre», al relacionarlo todo con ellos en sus canciones. «¿Me ha hecho daño? ¿Debería perdonarle? ¿Ha puesto un anillo en mi dedo?», dijo la escritora, que probablemente aún recordaba la respuesta que Beyoncé dio a la pregunta de ¿eres feminista?, apenas un año antes: «No lo sé. Esa palabra puede ser muy extrema. Supongo que sí, pero estoy felizmente casada. Amo a mi marido».

Más allá de ese 'pero' que contrapone de forma absurda el ser feminista con casarse o amar a la pareja, se puede reconocer ese momento como el final de la antigua Beyoncé porque desde entonces, el simbolismo feminista, antirracista y solidario con los desfavorecidos se ha expresado en multitud de formas en su obra. Hay planos del videoclip de 'Formation' grabados en antiguas plantaciones esclavistas. En su actuación de la gala MTV de 2014 actuó ante una pantalla donde se proyectaba la palabra 'Feminist', y en la de la Super Bowl de 2016 hizo un guiño a los Panteras Negras en el vestuario, y a Malcolm X en la coreografía. En el single 'Partition' insertó las proclamas feministas de Maude, un personaje de la película 'El Gran Lebowski'. A veces hace coincidir la fecha de sus lanzamientos con alguna efeméride de la historia de la lucha por los derechos civiles. Y el etcétera es larguísimo.

Pero en ese aspecto, sostiene Herrera, la cantante «no es escuchada plenamente por una parte de la audiencia y por un oído blanco que, primero, desconoce las lecturas posibles de su obra y, segundo, emite juicios de valor basados en posiciones de escucha que reproducen y solidifican las formas de poder colonial, racista y misógino». Y en ese sentido cita, por ejemplo, al crítico Frankie Pizá, que calificó de «obsceno» el bolo de la Super Bowl, y no precisamente por la cantidad de carne que se vio: «Que se pretenda homenajear a alguien como Malcolm con unas señoritas en cueros formando una letra equis, o a un partido marxista como las Panteras moviendo cadera en el descanso de una de las mayores celebraciones del consumo y el capitalismo a nivel mundial, resulta tan estúpido y ofensivo que no hace falta ni dedicar un segundo a ello».

Herrera contesta a Pizá que «el sexismo, el racismo y el clasismo se unen en esta cita que de un plumazo reduce a la cantante y a su elenco a la condición de cuerpos femeninos, negros, hipersexualizados y sin discurso para señalar, en una lógica pretendidamente progresista, lo capitalista de aquella actuación». Y los dos tienen su parte de razón ya que hay elementos de crítica válidos en ambos discursos.

Algo parecido ocurre cuando la autora defiende a Beyoncé de quienes ven una clara contradicción entre su supuesto compromiso político y las letras en las que llama zorras al resto de las mujeres o hace publicidad gratis a marcas de lujo como Givenchy. Herrera ve también racismo en esa crítica, ya que esos calificativos y las referencias a las marcas de ropa «forman parte de la subcultura hip-hop desde sus inicios», y soslayarlo supondría un ejercicio de supremacismo cultural blanco. Pero su argumentación niega el poder disruptivo que tendría romper con esos clichés, e incluso se podría inquirir que insinúa que para criticar a Beyoncé desde una perspectiva anticapitalista, hay que ser negro.

En su enrevesado análisis -más por excesivamente exhaustivo que por retorcido-, la autora roza en algún instante la paranoia, como cuando disecciona el comentario que un lector dejó en una noticia que contaba que Beyoncé se había teñido de rubia: «Qué hace la negra de blanca? No hay nada más vergonzoso que renegar de su propia condición y encima para irse a una condición peor, la de ser blanco. Anda mona, aunque te vistas de seda...». Cualquiera diría que es una declaración racista pero no contra los negros, sino contra los blancos. Pero Herrera le da la vuelta señalando el término 'mona' como una alusión del racismo biologicista, por lo que deduce que en realidad el comentario está cargado de ironía. Cuando lo más probable es que el lector o lectora terminase su comentario con una frase hecha que podría haber adjudicado a cualquier artista blanca.

Y aquí es donde el libro resultará interesantísimo para los amantes del debate dialéctico, y áspero para ese gran público al que le aburre darle demasiadas vueltas a las cosas -especialmente cuando se habla de pop- ya sea por convicción o por incapacidad intelectual, más aún cuando tiene que enfrentarse a una lectura abarrotada de citas y desarrollada con estricto lenguaje academicista.

En cualquier caso, 'Beyoncé en la intersección. Pop, raza, género y clase' (ed. Dos Bigotes) abre los ojos del lector ante muchas realidades -o, como mínimo, debates- que siempre quedan en los márgenes del análisis de un fenómeno musical masivo, y es por tanto una necesaria y valiosa aportación a la bibliografía pop del siglo XXI.

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